En los círculos políticos contemporáneos, la intersección entre el progresismo y el libertarismo es a menudo objeto de controversia. Algunos sostienen que estas dos corrientes ideológicas son diferentes, mientras que muchos otros argumentan que están intrínsecamente hermanadas. Al examinar detenidamente los principios fundamentales de cada una, queda claro que el auténtico espíritu del libertarismo encuentra su máxima expresión en el progresismo. Aquí les explicamos.

El libertarismo, en su esencia, defiende la idea de máxima libertad individual y la mínima interferencia del gobierno en la vida de las personas. Aboga por la autonomía personal, la propiedad privada y la no agresión como principios fundamentales. Y para que estas ideas se materialicen plenamente, es necesario un entorno social y político que fomente la igualdad de oportunidades que proteja los derechos de todos los individuos, especialmente de aquellos que históricamente han sido marginados y discriminados.

Aquí es donde entra en juego el progresismo. El progresismo se centra en avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y libre de opresión. Busca abordar las desigualdades, promover la inclusión y garantizar que todas las personas tengan acceso a oportunidades y derechos básicos. En última instancia, el progresismo aspira a construir un mundo en el que cada individuo pueda desarrollar su máximo potencial, sin verse limitado por barreras injustas impuestas por la sociedad o el gobierno.

Cuando se consideran estos principios en conjunto, se hace evidente que el auténtico libertarismo no puede separarse del progresismo. La defensa de la libertad individual y la autonomía personal va de la mano con la lucha por la justicia social y la igualdad de oportunidades. Después de todo, ¿cómo puede alguien ser verdaderamente libre si está atrapado en un sistema que perpetúa la discriminación y la desigualdad?

Vergonzosamente, hoy en día, en México y en Latinoamérica, encontramos falsos libertarios que están en contra del progresismo, porque en realidad son de ideologías conservadoras “de derecha”, que están en contra de las libertades y derechos humanos que vayan en contra de sus ideologías. Pero que se ponen la máscara de libertarios para así engañar al público y ganar más seguidores.

El papel del gobierno en este contexto es crucial. Si bien el libertarismo aboga por limitar la intervención gubernamental, también reconoce que el gobierno tiene la obligación de garantizar un entorno justo y equitativo para todos los ciudadanos. Esto implica la implementación de leyes que protejan los derechos civiles, combatan la discriminación y promuevan la igualdad de oportunidades. En otras palabras, el gobierno tiene que ser un defensor activo de los principios progresistas para garantizar que la libertad individual sea verdaderamente significativa para todos.

Es importante aclarar que el progresismo no implica necesariamente un aumento del poder del gobierno. Se trata de utilizar al gobierno como una herramienta para corregir las injusticias y crear las condiciones necesarias para que la libertad y la igualdad florezcan. Esto puede implicar, en algunos casos, una intervención más activa del gobierno, pero siempre con el objetivo de empoderar a los individuos y proteger sus derechos básicos.

La idea de que el libertarismo y el progresismo son opuestos, como afirman varios conservadores, es una mentira. En realidad, el auténtico espíritu del libertarismo solo puede realizarse plenamente dentro de un marco progresista que busque eliminar las barreras injustas y promover la igualdad de oportunidades para todos. Al reconocer y abrazar esta conexión fundamental, podemos trabajar juntos hacia la construcción de una sociedad más libre, justa y próspera para todos sus miembros.

Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche.

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