La celebración del día de la madre es un acontecimiento que, a nivel mundial, jamás pasa desapercibido. Una prueba de ello es el revuelo que vimos en la ciudad de Monterrey, donde las autoridades sanitarias prohibieron que abrieran las pastelerías los días nueve y diez de mayo. ¿El resultado? Largas filas de regiomontanos, fuera de las más populares tiendas de pasteles, el 8 de mayo; exponiéndose al sol, lluvia o, por increíble que parezca, tornados.
¿Y en general, como se dio el festejo del diez de mayo? Los más concientizados, de manera virtual; pero muchas familias desfogaron su hartazgo por las medidas de seguridad y fueron a visitarlas, otros de plano se atrevieron a llevarlas a comer a los poquísimos sitios abiertos en la ciudad. Todos ellos violando las medidas de higiene, propuestas hasta el cansancio por el personal de salud, y el sin fin de recomendaciones del Gobierno del Estado. Los besos sin cubre bocas, los abrazos de insana distancia y las reuniones con más de diez personas (en algunos casos hasta el colmo de llevar mariachi) fueron el común denominador en muchas colonias.
Cabe mencionar que estos festejos fueron moderados por la oportuna escasez de cerveza, si bien hubo festejos este día, no hubo forma de proveerse el preciado líquido, a no ser que quisieran pagarlo al triple de su costo normal.
La reflexión es que, este día, solo debería ser eso… un día. A la madre se le debe festejar a diario, y de múltiples formas que, de ser posible, no pongan en riesgo su salud o su vida. Quienes ya las perdieron, saben bien esto, no hay mejor regalo que cuidar la salud de nuestras madres.
Este diez de mayo sin duda fue distinto, ojalá quede en eso, y no sobrevenga una nueva ola de contagios que nos hagan recordarlo a lo largo de los años.