El confinamiento se alarga hasta el próximo 31 de mayo, no obstante, algunos restaurantes y bares de la ciudad abrieron las puertas para ofrecer sus servicios en un porcentaje reducido, en cuanto a capacidad. Así pues, las cosas se van “normalizando”; sin embargo, hay quien desea que termine este exilio social lo antes posible, pues comparte su casa con el enemigo… la propia pareja.

La violencia familiar incrementó de forma alarmante durante esta emergencia sanitaria, según las estadísticas del 911 en el mes de abril. Sin embargo, hace un par de días, el Presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que “el 90 % de las llamadas que se registran por violencia contra las mujeres, son falsas (…) Eso está demostrado (…) No quiero decir que no exista la violencia contra las mujeres, no quiero que me vayan a malinterpretar”, aseveró.

Se dice que “dicho sin hecho no trae provecho”, y el mandatario no citó a ninguna fuente que respaldara lo que afirmó en conferencia de prensa.

Dejar de lado las palabras del mandatario, y actuar hacia el problema, podría ser un buen inicio; ya que el cambio se genera con acciones. Se dice que existen dos tipos de personas en el mundo “las que ignoran el problema, y las que saben del problema, pero no hacen nada” … ni para bien ni para mal, mejor callan y hacen “ojo de hormiga” … ¡no meterse en problemas ajenos! No denunciar al vecino borracho, el que golpeó a su esposa por pedirle que “le baje a la música porque es lunes y los vecinos se pueden quejar”.

La violencia de género es un problema social de antaño, que iba desde romantizar el rapto de nuestras abuelas, hasta, actualmente, permitir que el novio nos borre los contactos de Facebook. Es la esclavitud más sutil, la que justifica el “te amo y me preocupa que nos quieran separar”, justificando sus celos… celos que no son amor, son posesión.

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