Existe una diferencia abismal entre tradición e imposición, mientras que la primera es una práctica doctrinal de un conjunto, casi siempre cultural, la segunda se desarrolla en la obligación a realizar cosas de las cuales no se puede salir tan fácilmente librad@. Abordo lo anterior ya que hace un par de días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, declaró durante una rueda de prensa en Texcoco lo siguiente: “Se requiere cambiar el rol de las mujeres, y es una causa justa por la que lucha el feminismo, pero la tradición en México es que las hijas son las que más cuidan a los padres. Nosotros somos más desprendidos, pero las hijas siempre están pendientes de los padres”.
Parece que, para nuestro mandatario, la mujer está “por mera tradición” destinada al cuidado de los padres cuando estos son viejos u enfermos, justificando a los varones de ser más “desprendidos” (por no decir irresponsables), pues en la gran mayoría de los hogares se crían “machitos”, “el hombre de la casa”, “el hermano mayor”. Las mujeres estamos en la lucha para erradicar ese machismo que nos acongoja desde tiempos de las abuelas y bisabuelas, quienes no solo fueron obligadas a servir al “bato” con el que se les impuso a muchas casarse, sino también al que en muchos casos se las “robó”, un acto violento que a través de los años se ha romantizado.
Sin embargo, el polémico comentario de AMLO nos deja claro que no podemos vivir en tal retroceso, que el “rol de la mujer” jamás fue el de servir, más bien es algo a lo que se nos obligó (hasta la fecha), como con las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Definitivamente, el feminismo no quiere cambiar un rol, quiere igualdad, quiere respeto sin necesidad de ser “cuidada” por un hombre, poder salir libre a las calles sin ser acosada, quiere no ser vista como “el sexo débil”, quiere no ser juzgada por tener una vida sexual abierta, quiere decidir sobre su cuerpo, y, sobre todo, NO quiere imposición.