Este fin de semana, Roger Waters, líder del histórico grupo de rock Pink Floyd, hizo delirar a sus seguidores con dos espectaculares conciertos en la Arena Monterrey.

El británico demostró por qué se le considera entre los mejores músicos de la historia, por qué la música de Pink Floyd es una religión que trasciende generaciones. Llevó a 10,200 asistentes (cifra oficial del sábado) a un viaje psicotrópico, un delirio auditivo donde las imágenes vistas parecían ser parte de un sueño utópico.

A las 9 pm aparecieron las primeras imágenes en las pantallas de la Arena Monterrey, un performance poético que, metódicamente planeado, fue exaltando a los rabiosos asistentes.

“Speak to Me” y “Breathe”, temas iniciales del icónico álbum Dark side of the moon (1973), dieron inicio al recital. El concierto, planeado como una experiencia multimedia de sensaciones visuales y auditivas, atrapó de inmediato a sus fieles seguidores.

“One of These Days” fue el preámbulo para “Time” y “The Great Gig in the Sky”, vehículos para la increíble demostración vocal de las dos coristas de Roger Waters. Ellas y seis excelentes músicos acompañarían al mítico compositor en todo el concierto.

“Welcome to the machine” y “Déjà Vu” complacían al público con su despliegue de recursos visuales, animaciones y simbolismos. Vino el contraste con las imágenes del videoclip “The Last Refugee” (2017), una melancólica critica a la política divisionista que criminaliza la migración y que conmovió a todos los presentes.

La Arena Monterrey entera se cimbró con los primeros acordes de “Wish You Were Here”, uno de los temas más exitosos de Pink Floyd y dedicado en aquel entonces a la ausencia de Syd Barrett y su desconexión del plano “real”.

Inmediatamente siguió la catártica “Another Brick in the Wall”, la canción más coreada de la noche. El concierto ya había alcanzado niveles impresionantes de emotividad; sin embargo, lo verdaderamente increíble estaba por comenzar.

Un largo intermedio, con mensajes contestatarios en las pantallas, preparó el escenario para uno de los performances mejor ejecutados en la escena musical actual. Bajo el sonido ensordecedor de sirenas carcelarias, una estructura descendió para dividir en dos el enorme recinto. Los muros de una fábrica con chimeneas humeantes reprodujeron las furiosas imágenes que acompañan los acordes de la canción “Dogs”.

Siguió el himno antisistema “Pigs”, ambientada con la marca registrada de Roger Waters: un enorme cerdo inflable que flotó por toda la Arena Monterrey con la leyenda SEAN HUMANOS impresa en sus costados.

“Money” y “Us and Them” tronaron con un poderoso saxofón. Para este punto, las paredes de la fábrica se habían convertido en figuras cuadradas que reproducían colores y jugaban con sus formas y tamaños. El público, presa del paroxismo, celebraba todo.

Con “Brain Damage” y “Eclipse” comenzó la emotiva construcción de la figura emblemática de Pink Floyd: el prisma y su espectro de luz que decoró la portada del Dark side of the moon. Líneas de laser dibujaron la icónica imagen a lo largo de toda la Arena; mientras un enorme dron, en forma de esfera metálica, comenzaba su hipnótico recorrido.

Roger Waters se despidió de “Mother” y “Comfortably Numb”. Papeles de colores volaron, los músicos se despidieron y las imágenes en las pantallas mostraban a una madre abrazando a su hija. Un final optimista después de todas las imágenes que nos alertaron de nuestra degradación social… que buscaban provocarnos la imperiosa necesidad de pelear por un cambio.

El compositor, cantante y aguerrido activista no podía irse sin dedicarle unas palabras a México, celebrar que concluyó el mandato de “nuestro idiota presidente” y, tal como lo hizo en el Zócalo de la CDMX, mascullar con acento británico un “Viva México, cabrones”.

Encendieron las luces y se acabó la magia. Imposible resumir en estas líneas todo lo que aconteció esa noche. Baste decir que, por supuesto, todos fuimos felices en uno de los mejores conciertos de rock que ha visto nuestra ciudad en muchos años.

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