Si en algo se parecen la magia y “la fe en lo divino”, es que ambas sólo son “ciertas” si se cree en ellas, pues ambas sólo son mitos.
Como dijo sabiamente el filósofo francés Alphonse Louis Constant: «La fe no es más que una superstición y una locura si no tiene como base a la razón, y no se puede suponer lo que se ignora más que por analogía con lo que se sabe. Definir lo que no se sabe es una ignorancia presuntuosa; afirmar positivamente lo que se ignora es mentir».
Vamos por partes, primero definamos el concepto de “dios”, para así poder validar su posible existencia. Según el propio credo cristiano – apostólico se trata de un ente “todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”, y el credo católico lo amplía diciendo que es creador “de todo lo visible y lo invisible”; por lo que se supone que es plenamente omnipotente y omnipresente.
Ahora veamos algo, su “libro divino”, la Biblia, de entre todas sus escrituras, relatos, metáforas y frases, la más importante dice: “La verdad os hará libres”, es la que por excelencia les debería de definir a sus seguidores y, curiosamente, un digno eslogan para el propio escepticismo moderno.
Pero la búsqueda de una “verdad” que necesita ser creída para ser cierta, no es tal; en cambio una realidad auténtica puede ser verificada a todas luces y por todos. En eso se diferencian la verdad de la realidad, una necesita ser creída, la otra no, pues puede ser constatada.
Según señala el físico estadounidense Lawrence M. Krauss: “La falta de entendimiento de algo no es evidencia de dios, sino evidencia de una falta de entendimiento”; así lo corrobora el astrofísico estadounidense Neil DeGrasse Tyson al afirmar: “Dios es un espacio de ignorancia científica en continua retirada que se vuelve cada vez más, y más, y más pequeño a medida que pasa el tiempo».
Podemos constatar que las afirmaciones religiosas son inversamente proporcionales al conocimiento científico según va avanzando el tiempo. Cuanto más sabemos sobre cómo funciona el universo, menos espacio le queda para creer en un dios.
Si una idea necesita ser creída para ser «verdad», entonces, es que en realidad es falsa.
Pero por otro lado tenemos al físico ruso Konstantín Tsiolkovski, quien hablando sobre la posibilidad de vida extraterrestre dijo: «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». Pero si quienes han investigado no han encontrado nada constatable, entonces ¿tenemos evidencia de ausencia? Todo señalaría que sí.
Aquí surge el teorema de: Si una idea necesita ser creída para ser «verdad», entonces, es que en realidad es falsa. Por eso nos debemos de basar en la realidad, que es constatable, pues no necesita ser creída para ser “cierta”, pues es plenamente verificable y genera conocimiento.
Revisemos unas afirmaciones de fervientes creyentes en el dios mítico.
Un reconocido creyente afirma: “Dios siempre está a la distancia de una oración”. Pero si algo nos ha enseñado esta pandemia, es que hacer oración a un dios es igual a no hacer nada, no tiene ningún efecto real en el mundo, más allá de la “satisfacción” de creer que se hizo algo. Por lo que se puede deducir que ese dios no es tal, pues no genera ningún cambio en la realidad.
En un intento de defensa, otro creyente afirmó: “La oración no transforma al árbol para ser mejor árbol, pero sí a la persona cuando lo hace con humildad (…) Para hablar de la oración debes partir de lo que es y su relación a quien va dirigida la misma”.
Entonces, la oración en realidad sólo es para autosatisfacerse, por lo tanto, no sirve para nada que pueda afectar la realidad del momento, sólo para autosugestionarnos a suprimir la razón y dar una falsa satisfacción por no hacer nada, algo similar a los narcóticos y estupefacientes.
Es constatable que la oración es sólo parte del mismo proceso de la autosugestión, ya que no hay comunicación con nadie, pues sólo es repetir insistentemente una idea para auto-inducir su creencia como «cierta». Tan sencillo como revisar la obra sobre psicología aplicada, desde Paul C. Jagot hasta la actualidad, donde se explica este proceso de auto-engaño.
Lamentablemente, está constatado que los millones de cadenas de oración, realizadas por millones de personas de gran fe, pidiendo que esta terrible pandemia termine. no han funcionado; por lo que la definición de «todopoderoso, creador del cielo y de la tierra» es más que carente de sustento, pues no se puede ser todopoderoso si no puede acabar con una pandemia, ni con la ayuda de todas las oraciones de sus fieles, por lo tanto, no sería todopoderoso, y en dado caso no es un dios.
En su momento, el filósofo Bertrand Russell señaló que el hecho de que mucha gente crea en dios no significa que en realidad exista. La filosofía científica nos enseña que, aunque sea “imposible” demostrar que algo no existe, eso no se puede tomar como una prueba de que sí exista.
Aunque sea “imposible” demostrar que algo no existe, eso no se puede tomar como una prueba de que sí exista.
Aquí es donde el pragmatismo factual entra, ya que de la misma manera en que se puede comprobar que las hadas y los duendes no existen, de la misma manera se puede demostrar que el dios no existe.
Algunos “hombres de fe” recurren a la falacia de Planc que reza: «Nunca podrá haber oposición real entre ciencia y religión; una complementa a la otra», pero queda descartada al ser contrastada con la realidad, pues la ciencia se basa en el conocimiento que surge de las pruebas y evidencias de lo real, nace de la experiencia empírica y verificable, por lo que no necesita creerse; en cambio la religión se basa en la creencia de algo que de lo cual no hay certeza, y que si no se cree entonces no existe, por lo que en este caso, es falso.
Algo similar ocurre con la falacia de Pasteur, quien afirmaba que «un poco de ciencia nos aparta de dios. Mucha, nos aproxima a él»; sin embargo, a la luz del saber actual se puede corregir ese postulado, y afirmar como un firme teorema que: “Un poco de ciencia te aleja de dios, pero mucha ciencia lo descarta totalmente”, pues hoy se sabe, a ciencia cierta, que, en la mayoría de los caos, los científicos no creen en dios.
Según datos del Pew Research Center, sólo un 33% cree en dios. Hoy se sabe que es normal que toda persona se aleja de toda creencia religiosa entre más se adentra en los saberes de la ciencia. Como antecedente de esto, en 1914 el psicólogo James H. Leuba dio a conocer que el 58% de los científicos estadounidenses se declaraban ateos y agnósticos; más delante, en 1997, el historiador y académico Edward J. Larson, dio a conocer en la revista Nature que un 72% de los científicos se declaraban ateos, un 21% se decían agnósticos, dejando a los creyentes reducidos a un 7%.
Estos datos duros echarían por tierra tanto a la falacia de Planc como a la falacia de Pasteur.
Si buscamos la definición de hada: “Ser fantástico que se representa con forma de mujer y dotado de poderes mágicos”, o la de duende: “Criatura mágica y traviesa que se cree que habita en algunas casas, causando en ellas alteraciones y desórdenes”; podemos constatar que en varios miles de años de historia no existe evidencia que pueda probar que exista, o que haya existido, algún tipo de entidad así en nuestro mundo. Sólo relatos de fantasía y mitológicos. Y recordemos que la palabra mito se refiere a lo ficticio y a lo que es mentira.
Igualmente, si tenemos la definición de dios como “ser supremo creador del universo”, podemos deducir, en base a la constatable realidad, de que no existe tal cosa, así pues, su evidente ausencia ha quedado más que manifiesta en este momento de la historia humana, y a lo largo de siglos de observación histórica.
Lo absoluto no se puede negar, y si se puede negar, entonces no es absoluto.
De hecho, podemos revisar varios tratados de biología, química, astronomía, física y cosmología, y en ninguno se señala que alguno de los fenómenos ahí estudiados y analizados se genere por medio, o por obra, de un dios. Todo lo contrario, son explicados de forma totalmente racional y lógica conforme a las ciencias naturales, sin el más mínimo señalamiento de intervención divina expresa.
Lo absoluto no se puede negar, y si se puede negar, entonces no es absoluto. Por lo tanto, el dios mítico no es tal, pues carece de todas las características y cualidades que lo definirían como un “dios”. En todo caso no es más que una idea que existe en las mentes de las personas creyentes en la fe, no existe en el mundo real, y por lo mismo no es ningún dios, sólo es una idea que necesita ser creída para existir, carente de sustentabilidad por sí misma, ya que no puede subsistir sin que alguien la crea.
Un sofisma utilizado por algunos creyentes dice “Dios no existe, dios es”; algo totalmente ilógico e irracional, pues todo lo que existe en consecuencia es; pero en este caso su sofisma se refuta por sí mismo, pues se evidenció su ausencia en el mundo real, pues nunca ha respondido a millones de fervientes llamados, y sólo es una idea dentro del mundo de lo imaginario. No existe como tal, y sólo es una idea, que necesita que alguien la crea para existir, igual que una mentira, que necesita ser creída por alguien para ser “cierta”.
Somos máquinas biológicas, tan cierto es que tenemos partes intercambiables y somos reseteables por medio de electricidad, tan real que el propio Stephen Hawking afirmó: «Considero que el cerebro es una computadora que dejará de funcionar cuando fallan sus componentes. No hay cielo o vida después de la muerte para ordenadores rotos; es una historia de hadas para gente con miedo a la muerte».
Dejando como conclusión que la fe en el dios mítico no es más que una propensión a la interpretación no racional de acontecimientos y creencias en su carácter sobrenatural, por lo que no tiene como base a la lógica ni la razón, pues no se puede suponer lo que se ignora más que por analogía de los efectos que produce. Por lo que definir algo que no se conoce es una arrogante ignorancia (similar al efecto Dunning Kruger); dejando en evidencia que afirmar lo que se ignora con argumentos falsos que se pretenden hacer pasar por verdaderos, es mentir.
Por lo tanto, ante la luz de los hechos, tu dios no existe, y el conocer la realidad constatable nos hace libres a todos.
Improbatum est.