En el siglo XIX, el célebre científico Louis Pasteur afirmó: «Un poco de ciencia nos aparta de dios. Mucha, nos aproxima a él». Este postulado, profundamente arraigado en el contexto de su época, sugería que un conocimiento científico superficial podría generar dudas sobre la existencia de Dios, pero que una comprensión más profunda reconciliaría a la humanidad con lo divino.

Sin embargo, a la luz del saber actual, este pensamiento parece no solo desactualizado, sino totalmente falaz. Hoy, algunos proponemos corregirlo con un nuevo teorema: «Un poco de ciencia te aleja de dios, pero mucha ciencia lo descarta totalmente».

Esta afirmación se basa en la observación de que, en la mayoría de los casos, los investigadores científicos no creen en dios. Pero, ¿es esto una verdad absoluta o una simplificación excesiva?

Cuando Pasteur formuló su idea, la ciencia y la religión no se percibían como enemigas irreconciliables. En el siglo XIX, muchos científicos eran creyentes y veían sus descubrimientos como una forma de desentrañar las maravillas de la “creación divina”. La microbiología de Pasteur, por ejemplo, no desafiaba directamente las nociones teológicas de su tiempo. Su postulado reflejaba una esperanza, que el avance del conocimiento humano, lejos de erosionar la fe, la fortalecería al revelar la complejidad y el orden del universo.

Sin embargo, los siglos posteriores trajeron consigo revoluciones científicas que transformaron esta perspectiva. La teoría de la evolución de Darwin, la cosmología del Big Bang y los avances en neurociencia han ofrecido explicaciones naturales a fenómenos que antes se atribuían exclusivamente a dios.

Estos desarrollos han llevado a algunos a sostener que la ciencia y la religión son inherentemente incompatibles. Si el origen de la vida, el universo y la conciencia humana pueden explicarse sin recurrir a lo sobrenatural, ¿qué lugar queda para la divinidad?
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Esta idea encuentra eco en muchos datos concretos. Un estudio de 2009 realizado por el Pew Research Center reveló que solo el 33% de los científicos en Estados Unidos cree en dios, en contraste con el 83% de la población general. Esta brecha sugiere que, a mayor inmersión en el conocimiento científico, menor es la probabilidad de aferrarse a creencias religiosas. De ahí surge el teorema corregido: Mucha ciencia no solo aleja de dios, sino que lo descarta por completo.

No todos los científicos son ateos, y la creencia en dios no desaparece automáticamente con el avance del saber. Figuras como Francis Collins, genetista y director de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, demuestran que es posible integrar una fe profunda con una carrera científica de alto nivel, pero no mezcla una con la otra.

Para algunos, la ciencia responde al «cómo» del universo, mientras que la religión aborda el «por qué», permitiendo una coexistencia pacífica entre ambas, pero por separado, cada una en su lado.

Por otro lado, quienes argumentamos que la ciencia, al ofrecer explicaciones completas y verificables, elimina la necesidad de hipótesis divinas. Desde esta perspectiva, la fe se convierte en un vestigio del pasado, una reliquia que pierde relevancia conforme la humanidad desentraña los misterios del cosmos.

Mientras que el avance científico ha llevado a muchos a cuestionar o abandonar la creencia en dios, también ha inspirado a otros a reinterpretar su fe de maneras mucho más sofisticadas e inteligentes.

En última instancia, la ciencia y la religión representan dos enfoques distintos para comprender el mundo. La primera se basa en la observación, la experimentación y la evidencia; la segunda, en la fe, la introspección y la tradición.

La falacia de Pasteur subestimaba el impacto transformador de la ciencia moderna. En un mundo cada vez más complejo, la ciencia no dicta un único camino hacia la incredulidad o la no creencia. El conocimiento contemporáneo desafía a cada individuo a encontrar su propia respuesta, respetando la libertad de pensamiento de cada uno.

Sin embargo, hoy se sabe a ciencia cierta que la ciencia sí descarta a dios, por eso los fanáticos la rechazan y tergiversan. Y ahí está el detalle, en cómo convivimos con las tensiones y posibilidades que este eterno debate nos plantea. Donde todos deberíamos de comprender que no se debe de querer mezclar la gimnasia con la magnesia.

Ahí se las dejo de tarea.

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