Mi primer contacto con The Beatles fue a través de un viejo boxset de casettes que guardaba mi padre, de esos que comprabas por correo y pagabas a mensualidades, sus portadas eran feas, simulando cajones de madera que venían directamente desde Liverpool, Inglaterra.
Ayer, Paul McCartney, uno de los dos sobrevivientes de aquel cuarteto, parte fundamental del tsunami cultural que fueron Los Beatles, pisó mis tierras regiomontanas para ofrecer un concierto inédito, colosal, quizá el más importante que se ha visto en Monterrey, y no, no hay alguno en puerta que se le acerque.
Impactado, como viéndome a través de una película, pude ver escenas en los alrededores del Estadio BBVA que reforzaban la idea de que se estaba por vivir algo único, imposible de creer. El mirrey gritando y puteando al cielo al darse cuenta que sus boletos eran falsos, niños que iban de la mano con quien parecía ser su bisabuelo, más emocionado que la criatura definitivamente; hordas de gente con los sentidos alterados preguntando “¿es la fila correcta?”, la tensión de una fila de gusano que parecía eterna, más larga que la espera de ver a un exbeatle decir “Gracias Monterrey”.
Porque ya adentro, entre señoras, abuelas, niños, hippies, niñas bien, niñas mal, mirreyes y plebeyos, gordos y chavorrucos, había la expectativa, el miedo a la decepción… aunque siempre estuviera el “mamador de turno” diciendo en voz muy alta: “Yo lo he ido a ver al DF y a los Estados Unidos, wey, la mayoría de los que están aquí nomas se saben la de Hey Jude”.
Pero no hubo tal decepción, ese miedo se disipó desde los acordes de Hard Days Night, el sax en Letting Go y el ritmo británico y optimista de Drive my Car y Got to Get You Into my Life.
Mas allá del retraso por tratar de dar acceso ordenado a 49,000 personas, fue una producción impresionante. Tres pantallas y luces laser enmarcaron un sonido potente, sin contratiempos, sin dramas.
¿Y Paul McCartney? Mítico, con total dominio del escenario, encantador tratando de hablar español, cada gesto, cada inflexión de voz denota amor por su público. Dándose el tiempo para agradecer a Lennon, Harrison y Star… con quienes conquistó el mundo. Una voz gastada de tanto dar, pero que cumple increíblemente la meta de 34 canciones.
¿Momentos memorables? Todos. My Valentine con Johnny Depp y Natalie Portman en las pantallas, Love me Do, Now and Then recordando a sus muertos, las lagrimas del público con Something, la comunión sectaria en Obla Di Obla Da.
El concierto cerraría fuerte, con McCartney llevando de la mano a los regios al tramo final del extraño viaje que nos tocó compartir. Band on the Run, luego Get Back, el piano eterno de Let It Be, la furia magnifica de Live and Let Die, con fuego, explosiones… inolvidable, simplemente. Y el cierre con Hey Jude, toda la gente al unísono, congregada por un hombre cuya obra lo trasciende a otro nivel.
Vendría el encore con un mix de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Helter Skelter, una imaginería visual casi hipnótica, y el cierre con Golden Slumbers, Carry That Weight y The End.
Y se fue, y cuando salimos del Estadio BBVA, secos por dentro, vacíos, pero con la lluvia mojando nuestras cabezas, sabíamos que tal vez, solo tal vez, alcanzáramos a vivir y ver otra experiencia musical igual a Paul McCartney en Monterrey… y eso nos reconfortaba el corazón.