A partir del 14 de diciembre, los visitantes del Museo del Noreste podrán conocer de cerca el interior de un vagón de ferrocarril y la forma cómo viajaban los pasajeros en tren entre 1890 y 1910.
La intervención museográfica realizada en el Museo del Noreste forma parte de la celebración de los primeros 10 años del recinto cultural, y está ubicada en la sala que aborda la historia del siglo XIX a partir del tema del ferrocarril como factor coadyuvante del desarrollo y la integración regional en el noreste mexicano.
La nueva ambientación evoca el interior de un vagón de ferrocarril, sus asientos de terciopelo rojo y paredes recubiertas en madera clara y una petaquilla de madera y metal muy común en ese tiempo para guardar el equipaje.
Para las personas que gustan del detalle, en la ambientación se aprecian en el escritorio un tintero de cristal y plata repujada; una pluma de madreperla y chapa de oro; la “Reseña Geográfica y Estadística Nuevo León y Coahuila 1909 y 1910”; correspondencia del diputado Enrique Landa, con boletos del Teatro Virginia Fábregas para el XXV Congreso General celebrado el 16 de Septiembre de 1910.
También exhibe artículos que demuestran el estilo de vida de esa época como una cajetilla de cigarros “Violeta” de la Gran Fábrica de Puros y Cigarros de Celso Onofre; una caja de cerillos “La Corona”; juego de tazas y platos de café de origen checoslovaco.
La integración de este espacio museográfico a la exposición permanente del Museo del Noreste busca mejorar el aprendizaje a través de una experiencia integrada por múltiples elementos informativos, así como destacar la importancia de este sistema de transporte.
Cuando Porfirio Díaz asumió la presidencia de México en 1876, sólo existía la línea de ferrocarril que unía a México con Veracruz; el país apenas contaba con 638 kilómetros de vías férreas. En 1910 la cifra había subido a 19 mil 280 km.
La ciudad de Monterrey se enlazó primero con Laredo, luego con San Luis Potosí y finalmente con la Ciudad de México. En poco tiempo, el viaje que se hacía a la capital del país por diligencia en ocho días por lo menos, se pudo hacer en veintisiete horas. El viaje en tren resultó no sólo más rápido, sino más económico. Los pasajeros podían instalarse cómodamente en un coche dormitorio o vagones de primera, segunda clase y tercera clase.
Dependiendo del trayecto, a los pasajeros se les permitían desde 15 hasta 68 kilogramos de equipaje libres de costo con cada pasaje entero. A los niños menores de 5 años no se les cobraba pasaje, de 5 a 12 años pagaban medio boleto y pasaje entero para los mayores de edad.
Mucha gente de Monterrey pudo ir de compras a Laredo, Texas y regresar al día siguiente. El tren salía de Laredo a las 7:10 de la mañana y llegaba a Monterrey a las 3:50 de la tarde. Se detenía en la estación de Lampazos, después en la de Villaldama, paraba en Bustamante para que la gente bajara a comer, hacía otra parada en Salinas Victoria y finalmente llegaba a la capital del estado.
Por otra parte, en 1880 como consecuencia de la recuperación económica de Texas, la expansión de su red ferroviaria que unía a Estados Unidos de costa a costa alcanzó la frontera con México, lo cual permitió que el noreste sirviera como conexión ferrocarrilera entre el centro del país y el sistema de trenes estadounidense.
Por su colindancia con Texas y el Golfo de México el noreste mexicano se convirtió en un importante nudo comunicante a fines del siglo XIX, incrementando su participación en el comercio exterior gracias al transporte por tren y a que Estados Unidos desplazó a Europa como principal proveedor comercial de México.
Dos importantes empresas, Ferrocarril Internacional y Central Mexicano, utilizaron a esta región como plataforma de enlace entre ambos países, a la vez que diversificaron sus ramales en la medida que la economía mexicana creció, convirtiendo al ferrocarril en un impulsor del desarrollo agrícola, minero e industrial a gran escala al facilitar la circulación de mercancías.