El mundo moderno en el que vivimos, se dio gracias a la Ilustración y al Humanismo, no gracias a ninguna religión, si fuera por varias de ellas, los domingos seguirían quemando ‘brujas’ y ‘herejes’ en las plazas públicas. Aunque algunos es lo que desean.

La importancia del pensamiento crítico, la razón y el humanismo, son pilares de la sociedad moderna, y han permitido su evolución hacia un mundo basado en la libertad, la igualdad y el progreso.

Recordemos que la Ilustración, movimiento intelectual del siglo XVIII, puso en el centro de su propuesta el uso de la razón y el pensamiento crítico para explicar y mejorar el mundo. Grandes pensadores como Voltaire, Diderot y Rousseau cuestionaron las estructuras tradicionales, denunciaron la superstición y abogaron por el conocimiento basado en la experiencia y la evidencia empírica.

En paralelo, el Humanismo, que surgió durante el Renacimiento, promovió la dignidad humana y la libertad individual, revalorizando el pensamiento clásico y la capacidad de cada persona para razonar y decidir. Estas corrientes rompieron con dogmas y tradiciones que, en muchos casos, habían limitado el desarrollo del pensamiento y la ciencia.

La transformación cultural promovida por estos movimientos no solo implicó avances en la ciencia y la política, sino también en la construcción de sociedades más tolerantes y abiertas. El humanismo y la Ilustración impulsaron la separación entre el poder religioso y el poder civil, lo cual fue determinante para el surgimiento de estados democráticos y sistemas jurídicos basados en derechos humanos, no en jerarquías nobiliarias respaldadas por un grupo religioso.

La confianza en la razón, la lógica y la evidencia permitió la superación de prácticas arcaicas y violentas, como la quema de «brujas» y «herejes», que se utilizó como medio para imponer una visión oscurantista, dogmática y excluyente, que hoy tanto defienden y buscan reimponer los grupos de ideología conservadora.

La religión ha desempeñado un cuestionable papel en la historia de la humanidad, pues su influencia no siempre ha sido positiva. Durante la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna, ciertas instituciones religiosas ejercieron un control férreo sobre el pensamiento y la conducta social (El Oscurantismo), lo que derivó en terribles persecuciones. Los juicios de “brujería”, y la quema de herejes y libros “blasfemos” fueron, manifestaciones de un poder que se apoyó en la fe para legitimar acciones violentas y opresoras.

Sin embargo, la religión también ha sido fuente de inspiración y consuelo para millones de personas, y en ciertos momentos históricos ha contribuido a la promoción de ciertos valores como la solidaridad, la caridad y la justicia. La crítica aquí expuesta se centra en denunciar aquellos momentos en los que la fe se utilizó para justificar la intolerancia y el autoritarismo, que lamentablemente, no fueron pocos casos.

La transición hacia la modernidad no fue un proceso lineal ni exento de contradicciones. La evolución hacia sociedades más abiertas y democráticas se apoyó en la voluntad de romper con las tradiciones conservadoras que habían limitado el desarrollo del individuo.

En este sentido, el Humanismo y la Ilustración sembraron las semillas de la libertad de pensamiento, de la crítica constructiva y del escepticismo frente a las verdades absolutas postuladas por los grupos de poder político-religioso.

Hoy, en un mundo globalizado y tecnológicamente avanzado, aún resuenan las enseñanzas de estos movimientos. El cuestionamiento permanente, la búsqueda de evidencia y la defensa de los derechos humanos son, en esencia, el legado de una época que supo identificar los peligros del fanatismo y de la obediencia ciega. Aun cuando ciertos grupos anhelan un regreso a prácticas autoritarias y dogmáticas, la historia nos muestra que el progreso y el bienestar colectivo dependen de la capacidad de aprender de los errores del pasado y de valorar la diversidad de ideas.

En definitiva, mientras las sombras del autoritarismo y la intolerancia pueden acechar en ciertos rincones, es precisamente el espíritu de la Ilustración y el Humanismo lo que ilumina el camino hacia una sociedad más justa, libre y abierta. Este legado nos recuerda la importancia de cuestionar, aprender y, sobre todo, defender el derecho a vivir en un mundo donde la razón prevalezca sobre la superstición y la opresión.

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