El año 2020, en su primera parte, pareciera que nos trata de dar una lección a la humanidad; pues apenas inició y ya se podía escuchar sobre un extraño virus que acechaba a China, y, al cabo de los meses, se dispersaría por Europa, hasta llegar a América y el mundo.
Pero no solo allá se vive esto, la realidad es que el racismo, la xenofobia y el clasismo habita en nuestro propio país, donde se señala, se agrede y se ridiculiza a personas de tez morena, a los indígenas, a los centroamericanos. Lo podemos ver en el día a día de los inmigrantes salvadoreños, que llegan buscando ayuda, huyendo de los problemas en su país, “brincar pal´ otro lado” en busca de una vida diferente.
No falta en la “bolita” de amigos quien los señale de “prietos” o “chiriguillos”, a quien viene al norte a trabajar, o acercarse a los Estados Unidos, donde muy probablemente serán más discriminados, si no es que asesinados frente a la cámara de un celular.
La piel blanca se asocia con poder y estatus, con gente educada y “nacida bien”, debido a una construcción social excluyente y estúpida, la gente no nace racista o clasista, sino que se va formando conforme a esta violenta crianza. Quisiera que la tendencia sea la unión sin mirar a la raza, la viralización de la convivencia entre diferentes etnias o clases sociales. Pero no es así. Pareciera que no estamos aprendiendo la lección, el Covid 19 se llevó nuestra libertad, pero no nuestras terribles fobias.