La historia del ser humano es, en esencia, la crónica de su propia evolución. Desde los albores de la existencia, la humanidad se ha debatido entre la necesidad de explicar lo inexplicable y la búsqueda incesante de respuestas basadas en la observación y el pensamiento crítico. Tomemos un momento para reflexionar sobre el origen de nuestras creencias, la función de los mitos en la historia y el papel transformador del conocimiento moderno.

Durante milenios, los seres humanos han recurrido a la invención de entidades superiores para explicar fenómenos naturales y existenciales. Las religiones y los mitos fueron, en muchos casos, respuestas a la incertidumbre, al temor ante lo desconocido y a la necesidad de encontrar un orden en el caos del universo.

Recordemos que todo dios fue creado por el miedo y la ignorancia humana, y eso nos lleva a cuestionar el origen de estas creencias. Lejos de ser revelaciones divinas, muchos de estos sistemas de creencias surgieron como mecanismos de defensa frente a la impotencia ante fuerzas naturales y eventos “inexplicables”.

La figura de lo divino se transformó en una representación simbólica de aquello que, en un principio, se consideraba inalcanzable y misterioso. Sin embargo, a medida que las sociedades se fueron organizando, el sometimiento al “dios” instauró una estructura de poder basada en la fe y, paradójicamente, en la ignorancia. Esta obediencia ciega consolidó una arrogancia colectiva e institucionalizada, que posicionó al ser humano en un rol de sumisión, privándolo de la libertad intelectual para cuestionar y evolucionar.

El avance de la ciencia y el método científico ha ido desmantelando poco a poco los mitos que durante siglos sostuvieron la existencia de una divinidad omnipotente. La Teoría de la Evolución Biológica y la Ley de Información Funcional Creciente, por ejemplo, no solo explican el origen de la vida, sino que sitúan al ser humano como parte de un proceso natural, alejado de la idea de una creación intencional. Este conocimiento, lejos de restar valor a la existencia humana, la engrandece al integrarla en el tejido mismo de la Naturaleza y del Universo.

El conocimiento científico se ha convertido en la herramienta fundamental para liberarnos de dogmas que, en muchos casos, han frenado el progreso y el desarrollo humano. Comprender que no somos el centro del universo ni que el cosmos está diseñado para satisfacer nuestros deseos, implica asumir una postura de humildad frente a la vastedad del entorno. Esta humildad, lejos de ser una debilidad, es la base sobre la cual se edifica un conocimiento más profundo y realista de nuestra condición.

La arrogancia de los dogmas de fe se refleja en la historia misma. Sociedades que, cegadas por creencias inamovibles, se han rehusado a adoptar nuevas perspectivas. La dominación y el sometimiento basados en la fe ciega han generado conflictos, divisiones y una perpetua lucha por el poder. En contraposición, la humildad derivada del conocimiento nos insta a reconocer nuestros límites y a comprender que el universo opera en escalas que escapan a nuestra comprensión total.

El conocimiento, por tanto, actúa como antídoto contra la tiranía de las ideas dogmáticas. Al abrir la mente al aprendizaje, se disminuye el miedo que da lugar a la ignorancia y, con ello, se debilita el poder de las creencias que, en otro tiempo, justificaron la sumisión, la opresión y la muerte violenta de muchos inocentes.

Este despertar intelectual es, sin duda, una revolución silenciosa que nos invita a replantear nuestras prioridades y a forjar una sociedad basada en la crítica constructiva y el diálogo.

Cada ser humano se encuentra en la encrucijada entre el pasado y el futuro, entre lo que se le ha enseñado sin cuestionar y la posibilidad de descubrir nuevas realidades. La capacidad de pensar críticamente y de aceptar que nuestras ideas pueden y deben evolucionar es el primer paso hacia la emancipación del pensamiento. La verdadera libertad reside en el reconocimiento de que, aunque formamos parte de la naturaleza, no podemos imponerle a ésta un rol servil o antropocéntrico.

La educación y el acceso a la información se erigen como las herramientas más poderosas para desmantelar las cadenas del miedo y la ignorancia. Al fomentar un espíritu de investigación y un compromiso con la verdad, se sientan las bases para una sociedad que valore la diversidad de ideas y respete la complejidad del Universo. Así se cultiva una humildad que no es sinónimo de sumisión, sino de una profunda comprensión de nuestro lugar en el mundo.

Poner en duda la divinidad como producto del miedo y la ignorancia invita a repensar la historia de la humanidad y a reconocer que la verdadera emancipación se alcanza a través del conocimiento. La evolución, en tanto proceso natural, nos recuerda que somos parte de un todo mayor, y que la arrogancia de creer que el universo gira en torno a nosotros es, en definitiva, una ilusión que nos encierra en un ciclo de autolimitación.

Al abrazar la humildad que ofrece el saber, se abre un camino hacia una comprensión más auténtica de la realidad, en el que el temor cede lugar a la curiosidad y la ignorancia a la razón. En este despertar, cada individuo tiene el poder de transformar no solo su propia vida, sino también la sociedad en su conjunto, orientándola hacia un futuro en el que la ciencia y el pensamiento crítico sean las verdaderas guías del progreso humano.

Recordemos que la sabiduría y la humildad siempre van de la mano, mientras que las creencias dogmáticas siempre se aferran con arrogancia al poder.

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