El “Flaco de Úbeda” cantó mejor que nunca en la Arena Monterrey, se le vio entero, y, lo más importante… nos ilusionó con su “ojalá que volvamos a vernos”.
Ver a Joaquín Sabina en la Arena Monterrey se convirtió en un ritual sagrado para muchos de los 12,000 asistentes del pasado sábado. Y en esta ocasión, “Contra todo pronóstico”, no se sintió como “el último concierto”.
Joaquín Sabina sorteó con dignidad la falla en el audio que lo retrasó por cuarenta minutos y nos regaló la mejor presentación, en Monterrey, en muchos años; creo yo, solo equiparable a aquel primer “Dos pájaros de un tiro” del 2007.
Porque si bien la nostalgia abarrotó la Arena Monterrey, el español demostró que aun queda potencia en su voz, que disfruta cada escenario, que es un animal de hoteles y aeropuertos, que su hábitat es “la gira”, esa gira que parece ser la última… y nunca lo es.
Arrancó con “Cuando era más joven”, para que la nostalgia nos tomara del cuello y no nos soltara, siguió con “Sintiéndolo mucho” y “Lo niego todo”, las cartas de “despedida” que se apilan bajo cada nuevo sencillo, gira, disco o película.
Agradeció a su público por su “infinita paciencia cómplice” y nos removió las entrañas a los que extrañamos con “Cuando aprieta el frio”, salió impune del escenario para dejarnos encargados con su banda, y cuando regresó nos volvió a enterrar el cuchillo con “Tan joven y tan viejo”.
No hay necesidad de cronicar que “A la orilla de la chimenea”, “Peces de ciudad”, “Y sin embargo” y “Contigo” le dieron a Joaquín Sabina ambas orejas y rabo. Ni que cerró la velada regia con las muy mexicanas “Noches de boda” y un “ojalá que volvamos a vernos” dentro de “Y nos dieron las diez”. Glorioso.
Glorioso por este concierto en sí, y porque queremos verlo nuevamente, y porque queremos que sea eterno igual que su música. Porque cuando Sabina canta que “Cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz”, nos toca las fibras a los que creemos que cada noche nos inventamos y todavía nos emborrachamos. Le da cuerda al personaje que creemos ser dentro de sus letras y acordes.
En este concierto de la Arena Monterrey no hubo necesidad de “Pastillas para no soñar”, porque si Joaquín Ramon Martínez Sabina vive cien años, nos demostrará que es más saludable tomar malas decisiones que “analgésicos para el deseo”.